Monjes y reyes, guerreros y duques se han disputado a lo largo de los siglos su hallazgo. Cruce de mares y batallas que convirtieron a Arbeca, comarca leridana de Las Garrigues en el epicentro de esta variedad aceitunera de la que recibe su nombre. Su origen sigue siendo una incógnita: muchos son los que la sitúan en Palestina y que fueron los templarios quienes las trajeron a tierras de la corona aragonesa. Para otros, fueron simples navegantes que llegaron de Asia. Los hay quienes creen que fue el rey Jaime I quien la llevó a Cataluña desde Mallorca y para quienes su producción se debe al duque de Medinaceli, quien habitaba en el castillo de Arbeca.
Siglos de historia acarrea este aceite que aún sigue conservando sus características esenciales y que lo han convertido en una referencia culinaria. El equilibrio de su sabor afrutado en conjunción con el picante y el amargor combinan con el recuerdo que evoca a la papilla de frutas verdes, al tomate y a la almendra verde. Todo elloh hace que este aceite sea indispensable en la dieta mediterránea.
Tanto es así que se convierte en el complemento ideal para elaborar salsas – desde alioli a vinagretas - para acompañar con queso fresco o anchoas o para regar todo tipo de verduras y pescado. Hay incluso quien apunta que el aceite arberquina es perfecto para platos delicados como pueden ser los de repostería. Y lo cierto es que la suavidad que deja en el paladar – con recuerdos a hierba fresca cortada y a manzana - la hace compatible con cualquier receta ya que “no tapa el sabor” de lo cocinado.
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